Hay viajes que cambian la vida. Y hay otros que la redefinen por completo. Jorge Cárdenas Saavedra, chileno de 39 años, oriundo de Osorno y formado como ingeniero naval en la Universidad Austral de Chile, emprendió uno de esos viajes que no caben en una postal ni en una selfie. En lugar de buscar comodidad, buscó silencio. En lugar de fama, buscó sentido. Y al final de un camino largo y salvaje, lo encontró.
El 3 de mayo de 2025, luego de 1,6 años pedaleando solo por rutas cordilleranas, selvas tropicales, desiertos, volcanes, glaciares y territorios inhóspitos, Jorge llegó al extremo norte de América: Deadhorse, Alaska, una localidad industrial a orillas del Océano Ártico, en plena tundra boreal. Lo hizo sin patrocinadores, sin caravanas de apoyo, sin redes sociales que lo siguieran en tiempo real. Solo él, su bicicleta, y una convicción tallada durante ocho años de preparación: vivir de verdad, fuera de la «matrix».
El origen de un sueño
“Todo comenzó en un camping familiar”, dice Jorge. “De niño, mi papá nos llevaba a Villarrica o Lican Ray con mi hermana y nos enseñaba a acampar, a respetar la naturaleza. De ahí nació algo que nunca se apagó”.
En el verano de 2016, ya con su título en la mano y una vida laboral iniciada, Jorge decidió comprarse una bicicleta económica. Sin experiencia previa en cicloturismo, realizó su primer viaje desde Osorno hasta San Martín de Los Andes. Fue durante el retorno por la Ruta 7, al ver una señal que decía Vía Panamericana, que algo hizo clic. Investigó. Y descubrió que esa carretera conectaba Ushuaia, Argentina, con Deadhorse, Alaska. Casi 30.000 kilómetros de ruta, considerada una de las más largas y desafiantes del planeta.
En ese instante, Jorge entendió que tenía un nuevo propósito.
Años de preparación
Se trasladó a la Región de Aysén, una de las más remotas de Chile, para trabajar y entrenar. Durante años, cruzó pasos fronterizos cordilleranos con nieve y barro, probó bicicletas, perfeccionó su equipo, aprendió supervivencia, racionamiento, navegación, mecánica de emergencia. Y, sobre todo, planificó mental y emocionalmente una ruptura: abandonar la vida cómoda.
“No quería seguir en la rueda del teléfono nuevo cada año, del auto caro, del trabajo sin alma. Estaba ahogado. Quería volver a sentirme humano”.
La expedición fue bautizada “theroot: Patagonia-Alaska”. Una búsqueda de raíz. De sentido. De conexión profunda con el territorio, con el cuerpo, con el tiempo real.
Contra el viento y el reloj
El viaje partió oficialmente en 2019. Jorge vendió lo que no necesitaba, renunció a su trabajo, y comenzó a pedalear hacia Ushuaia. Pero el COVID-19 lo obligó a detenerse y volver a Chile. Tres años más tarde, en noviembre de 2023, lo intentó de nuevo. Esta vez, con una promesa firme: no volver hasta llegar al Océano Ártico.
A diferencia de la mayoría de los viajeros que recorren América de norte a sur —siguiendo el clima y bajando pendientes—, Jorge optó por la ruta inversa: sur a norte, cuesta arriba, contra el viento, fuera de temporada. “Más duro, más solitario, más real”, dice.
La ruta fue una sinfonía de extremos:
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Altiplano boliviano bajo aguaceros glaciales.
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Cruce de pasos cordilleranos en la Patagonia sin cocinilla, perdiendo 10 kilos en 12 días.
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Deshidratación en los desiertos del norte argentino.
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Fractura de rótula en México que corrigió solo en plena ruta.
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Inviernos brutales en Idaho, Montana y Canadá, con -10° C, nieve y días sin noche.
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Soledad infinita en la Cassiar Highway, donde el aislamiento pone a prueba el alma.
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Y finalmente, los últimos 50 km por la Dalton Highway, pedaleando de madrugada, con calambres, sin dormir, entre lágrimas y hielo, hasta tocar la campana de llegada.
El corazón late mas fuerte
La épica de este viaje no está solo en los kilómetros. Está en las pequeñas cosas que Jorge saboreó como manjares de otro mundo: una pizza caliente en un pueblo del altiplano, una ducha tibia en Alaska, un trozo de pan con chocolate en Ecuador, el respeto absoluto al ciclista en Colombia, los saludos de surfistas en Baja California, las charlas con guardaparques en Canadá.
“Lo más bello fue la gente”, dice. “Los pueblos que te invitan a comer, que te dan abrigo, que te miran como un loco y un héroe. Nunca estuve solo. Siempre había alguien en el camino dispuesto a ayudar”.
Pedalear hacia dentro
Este viaje no fue solo físico. Fue una introspección radical. Jorge se enfrentó al hambre, al frío, a la duda. Pero también a la belleza abrumadora de los Andes, de la Amazonía, de la Sierra Madre, de la tundra. A la alegría de pedalear al ritmo del propio corazón.
Alaska fue la prueba definitiva. En la Dalton Highway, una ruta de grava y barro rodeada de osos grises (que nunca vio), luchó contra el frío, la nieve y la luz perpetua. “Los últimos 50 km fueron una batalla: calambres, hambre, piernas congeladas. Lloré al ver las torres petroleras a lo lejos”.
Cuando llegó, los trabajadores de Deadhorse lo recibieron como a un héroe. “No podían creer que un chileno hubiera llegado en invierno”. Al tocar la campana —una tradición que simboliza la liberación—, Jorge sintió que su vida se dividía en un ‘antes’ y un ‘después’.
“Esto fue underground, esto fue rock and roll”, escribe en su bitácora. “Esto fue sin filtros, sin show, sin marketing. Esto fue para mí. Para romper el límite. Para tocar la libertad”.
Hoy, Jorge está de regreso, aunque aún no del todo. Dice que su viaje no terminó. Porque algo se quebró —o tal vez se reveló— al sonar esa campana en Deadhorse.
“Tengo cicatrices. Tengo historias. Tengo la certeza de que la vida real está allá afuera, en los caminos sin nombre, en los kilómetros que duelen y te curan. No necesito que me cuenten el mundo. Ya lo vi. Lo viví. Y lo pedaleé”.