La trampa del crecimiento: cuando vender más no significa vivir mejor

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En Chile, miles de pequeñas y medianas empresas atraviesan una paradoja inquietante: mientras sus ventas aumentan, los ingresos personales de sus dueños permanecen estancados o incluso disminuyen. Es un fenómeno silencioso, pero extendido, conocido como la trampa del crecimiento. A simple vista, se trata de empresas exitosas. En la práctica, muchas operan al borde del colapso financiero y emocional.

No se trata de una excepción anecdótica. Según el Servicio de Impuestos Internos, el 98,6% de las empresas del país corresponden a micro, pequeñas y medianas empresas. Una proporción significativa de ellas cae en este círculo vicioso donde el crecimiento empresarial se convierte en una fuente de desgaste y no de progreso. Mientras el negocio crece hacia afuera, hacia adentro se erosiona el bienestar del empresario.

¿Por qué sucede esto? Porque crecer sin estructura es como construir un edificio sin planos: cada nuevo piso multiplica el riesgo de colapso. En este escenario, el valor generado se reparte entre todos los actores menos el dueño. Los empleados mejoran sus condiciones, los clientes reciben más servicios, los proveedores aumentan su volumen de ventas y el fisco recauda más impuestos. ¿Y el empresario? Muchas veces, subsidia el crecimiento con su propio tiempo, salud y tranquilidad.

En el fondo, confundimos crecer con progresar. Nos enamoramos de la facturación, pero ignoramos la rentabilidad. Celebramos el esfuerzo, pero desconfiamos de los sistemas. Valoramos la intuición, pero postergamos los datos. Así se incuban empresas reactivas, que responden al estrés del día a día más que a una estrategia clara de largo plazo.

Pero no se trata de dejar de crecer. Se trata de crecer con propósito. La solución no está en poner freno, sino en trazar un rumbo. Eso exige una transformación profunda en la manera en que concebimos el desarrollo empresarial.

Primero, alinear el crecimiento con los objetivos personales del empresario: ¿Qué rol quiere cumplir en su empresa? ¿Cuánto desea ganar? ¿Cuánto está dispuesto a trabajar? Segundo, construir sistemas robustos que permitan que la empresa funcione sin depender exclusivamente del dueño. Eso significa documentar procesos, delegar con criterio y formar equipos competentes. Y tercero, tener control granular sobre los números: saber con precisión qué actividades crean valor y cuáles lo destruyen.

En un contexto económico donde la productividad nacional muestra signos de estancamiento, aprender a crecer de manera eficiente no es solo una urgencia para cada empresario, sino una necesidad para la competitividad del país.

El desafío es cultural. Implica cambiar la mentalidad del “más es mejor” por la del “mejor es mejor”. Solo así podremos construir un ecosistema empresarial que no solo sobreviva, sino que prospere. Un ecosistema donde el éxito empresarial se traduzca, de una vez por todas, en bienestar real para quienes asumen el riesgo —y el costo— de emprender.

Por Mariano Berazaluce, Cofundador de Balio Partners

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