Un día como hoy, 11 de julio de 1971, Chile vivió uno de los momentos más simbólicos y trascendentales de su historia contemporánea: la nacionalización del cobre. Una decisión unánime del Congreso Nacional, respaldada por todas las fuerzas políticas de la época, que proclamó el cobre como el “sueldo de Chile” y lo devolvió, al menos simbólicamente, a manos de su pueblo.
En La Unión, esta gesta tuvo eco. Frente al hospital se levantó una población que, en honor a esta fecha, fue bautizada como Población 11 de Julio. Era un gesto simple pero profundo: vincular el desarrollo de una comunidad con uno de los actos más soberanos y dignos del país. El nombre hablaba de memoria, de justicia, de un Chile que soñaba con caminar con lo suyo.
Pero la historia de Chile también ha estado marcada por la violencia simbólica. Con la dictadura, el nombre fue cambiado a 11 de Septiembre, en alusión al golpe militar de 1973. El reemplazo no fue solo una fecha por otra. Fue un intento por borrar un símbolo popular, por reescribir la memoria colectiva, por imponer el olvido.
Décadas más tarde, durante la gestión municipal de la alcaldesa Angélica Astudillo, se planteó recuperar el nombre original. El concejo estuvo de acuerdo. Sin embargo, lo que parecía un acto de justicia histórica se topó con la resistencia de los propios vecinos. Muchos, quizás sin conocer el origen del nombre actual, temieron perder lo que para ellos era parte de su identidad barrial. O tal vez, la carga política de ambas fechas —una vinculada a un gobierno de unidad nacional, otra a una dictadura— seguía pesando demasiado.
Este episodio, aparentemente menor, revela las tensiones profundas de nuestra historia. Cómo las dictaduras no solo arrasan con cuerpos y derechos, sino también con símbolos y palabras. Cómo el tiempo puede diluir las memorias, hasta que la costumbre reemplaza el origen.
Hoy, al cumplirse 54 años de la nacionalización del cobre, cabe preguntarse: ¿qué tan dueños somos de nuestra historia? ¿Por qué nos cuesta tanto recuperar lo que nos pertenece, no solo en recursos, sino también en dignidad simbólica?
Tal vez sea hora de volver a mirar esas esquinas con nombre cambiado. De conversar con los vecinos, de contarles qué significó el 11 de julio para Chile y por qué esa fecha merece vivir también en los muros, las plazas y las memorias de nuestros barrios.
Porque los nombres importan. Y la memoria también.
Por Hector Morales. Periodista.