Millones de chilenos vivimos sin preguntarnos de dónde viene lo que comemos. El sistema productivo que sostiene nuestra vida avanza bajo una lógica simple: producir a cualquier costo. Y ese costo ya lo estamos pagando.
Chile ha perdido más del 49% de su suelo fértil en las últimas décadas por erosión (CIREN, 2020). Según la FAO, el 33% de los suelos del planeta están degradados, y Chile no escapa a esa tendencia: más de 7 millones de hectáreas presentan algún nivel de degradación. Esto significa menos productividad, más dependencia de fertilizantes químicos y una creciente vulnerabilidad frente al cambio climático.
No se trata de un accidente natural. La ONU estima que más del 80% de la degradación de los suelos en el mundo tiene origen humano, vinculada a malas prácticas agrícolas, deforestación y sobreexplotación de recursos. En Chile, los monocultivos forestales y agrícolas, junto con el sobrepastoreo, han modificado ecosistemas completos, reduciendo la biodiversidad y empobreciendo la base productiva del país.
Y, sin embargo, seguimos escuchando a asesores, universidades y expertos que ofrecen recetas técnicas como si nada pasara. Algunos políticos incluso hablan del cambio climático, aunque todavía hay sectores que lo niegan. A ellos habría que decirles: pregúntenle a un campesino si el cambio climático no está pasando. Pregúntenle a quien ve cómo se secan sus ríos, cómo se atrasan las lluvias, cómo sus animales sufren sequías cada vez más largas.
Acuérdese de esos asesores y empresas que defendieron producir a cualquier precio. Que hicieron recomendaciones, recibieron millones y luego se fueron de vacaciones, mientras los productores quedaron enfrentando las consecuencias. Se harán cargo de lo que hoy estamos viendo. Acuérdese quiénes fueron.
La pregunta es inevitable: ¿vale esta vida si el precio es destruir nuestros suelos, agotar el agua y dejar un país más pobre para quienes vienen?
Porque la vida de todos nosotros se cruza con la naturaleza. No hay frontera posible: lo que hacemos con ella lo hacemos con nosotros mismos. Hay quienes creen que el éxito vale a cualquier precio, incluso pasando por encima de otros, de la tierra y de los animales. Pero también hay quienes hoy eligen otro camino: producir regenerando, cuidar mientras producen, entender que el verdadero éxito es dejar un mundo mejor del que recibimos.
La regeneración se vino a quedar. No como moda, sino como un modelo respaldado por datos y procesos naturales que ya demuestran resultados: un suelo con apenas 1% más de materia orgánica puede retener hasta 150.000 litros adicionales de agua por hectárea (FAO), y en fincas regenerativas chilenas la productividad ha aumentado entre 15 y 30% en tres años, junto con una recuperación real de los ecosistemas.
Ese es el camino que Chile necesita. No más recetas obcecadas, no más asesores que miran hacia otro lado. Un país que entienda que la vida —toda la vida— vale más que cualquier cifra de corto plazo.
Hoy más que nunca debemos decidir: seguir destruyendo lo que nos sostiene o atrevernos a producir con respeto, ciencia y esperanza. ¿Cuál decides tú?
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Editorial Diario El Ranco