La deuda pendiente con la interculturalidad

Editor Diario El Ranco

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En el Chile de hoy seguimos arrastrando una mirada estrecha sobre lo que somos como nación. Nos han enseñado, desde la escuela hasta los discursos oficiales, que compartimos una identidad uniforme: blanca, cristiana, apostólica y romana, heredera directa de la colonización española. Pero esa narrativa no solo es incompleta; es profundamente injusta con la historia viva que recorre este territorio desde mucho antes de la República.

Chile es un país de pueblos y lenguas, de memorias y tradiciones que coexisten —a veces en silencio, otras en conflicto— sin haber encontrado todavía el reconocimiento que merecen. Los procesos de interculturalidad, tan proclamados en los discursos institucionales y documentos oficiales, no se han consumado realmente. Nos falta dar el paso desde la tolerancia superficial hacia la convivencia genuina, aquella que no impone una cultura dominante, sino que dialoga con todas.

Reconocer la diversidad no significa dividirnos; significa comprender que en ella radica nuestra mayor fortaleza. La verdadera riqueza de un país no está en su uniformidad, sino en su capacidad de construir futuro desde la diversidad. Y en esto, la naturaleza nos da una lección que no hemos sabido escuchar: la biodiversidad es la forma que tiene la vida de resistir, adaptarse y prosperar ante los cambios.

Los ecosistemas más estables no son los más homogéneos, sino los más diversos. Allí donde conviven especies distintas, surge la cooperación, la resiliencia y la posibilidad de regenerarse. En el ser humano ocurre lo mismo. Solo una nación que aprende de sus raíces diversas —de sus pueblos originarios, de sus migraciones, de sus historias locales y de sus paisajes culturales— puede construir una convivencia duradera y una identidad resistente a los desafíos que vienen.

Porque los cambios que se aproximan, como el cambio climático, no distinguirán entre credos, colores ni fronteras. Nos afectarán a todos, y solo una sociedad cohesionada desde el respeto mutuo podrá enfrentarlos con esperanza.

Chile tiene una deuda con su diversidad. Saldarla implica mucho más que incluir símbolos en los actos oficiales o traducir discursos al mapuzugun. Implica transformar nuestras relaciones cotidianas, nuestra educación, nuestra forma de producir y, sobre todo, nuestra manera de mirar la naturaleza y sus leyes. Si logramos aprender de ella, quizás podamos construir, al fin, una nación verdaderamente intercultural, sabia y resiliente.

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