La política indígena de Boric fracasó desde el primer día’: la dura evaluación de Salvador Millaleo

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El abogado y académico de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile, Salvador Millaleo, realizó durante los últimos días un recorrido por distintos territorios de las regiones de Los Ríos y Los Lagos, sosteniendo reuniones con autoridades ancestrales, dirigentes y comunidades mapuche del Futawillimapu.

En conversación con Diario El Ranco, Millaleo —especialista en derechos humanos y derechos indígenas— analiza el momento actual del pueblo mapuche, los desafíos organizacionales, el fracaso de la política indígena del actual gobierno y los conflictos que están generando los proyectos eólicos en el sur del país.

Su historia y vínculo con el territorio

—Profesor Millaleo, para comenzar, cuéntenos quién es usted y cuál es su vínculo con este territorio.
—Yo soy Salvador Millaleo, profesor de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile y abogado. Soy de mapuche; mi familia viene desde Puculón, alrededor de Teodoro Schmitd , donde mi abuelo era lonko.

Nací en Talca por cosas del destino, pero toda mi vida la he hecho en Santiago. Estudié Derecho en la Universidad de Chile y después realicé estudios de postgrado en Alemania, donde obtuve mi doctorado. Al volver, ingresé como profesor y desde entonces me he dedicado a los derechos humanos y, especialmente, a los derechos de los pueblos indígenas.

Percepciones del territorio: fortalezas y debilidades

—En este recorrido por la zona, ¿qué percepción tiene del estado actual del territorio y sus autoridades tradicionales?
—He encontrado aspectos positivos y negativos.

Lo positivo es la tremenda voluntad de buscar nuevas formas de representación del pueblo mapuche, distintas a las que se han intentado en décadas recientes. Hay conciencia del agotamiento de ciertos métodos y un deseo real de hacer las cosas de manera diferente.

También veo mucho ingenio, inteligencia y capacidad profesional dentro de las comunidades. Personas que antes no tenían acceso a ciertos espacios hoy están formadas, insertas en diversos ámbitos y con ideas potentes.

Lo negativo es la escasa coordinación. La fragmentación persiste y cuesta unir a las personas en un horizonte común. Además, muchos liderazgos históricos se han perdido o están envejeciendo, y no se observan reemplazos con la misma autoridad y trayectoria. Falta infraestructura organizacional para que los procesos puedan sostenerse.

El Protocolo del Futawillimapu y el fracaso de la agenda indígena de Boric

—Usted participó en la construcción del Protocolo del Futawillimapu durante la campaña presidencial de Gabriel Boric. ¿Qué ocurrió con esa agenda que finalmente no prosperó?
—El Protocolo fue una iniciativa política muy interesante impulsada por los lonkos del territorio.

No eran demandas genéricas: eran propuestas concretas, territoriales, realistas, que requerían cierta reformulación, pero que eran perfectamente implementables si existía voluntad política. Ese Protocolo se presentó a Boric, y él lo suscribió a través de Giorgio Jackson. Había un compromiso claro.
El problema es que, una vez iniciado el gobierno, no se concretó nada.

La política indígena del presidente Boric falló desde el primer día, con el caso de Temucuicui, y siguió fallando hasta quedar prácticamente extinguida. Fue reemplazada por un estado de excepción y luego por la Comisión de Paz y Entendimiento, que tampoco prosperó.

He revisado todo lo que ha hecho este gobierno en materia indígena y queda muy poco.

Hay avances menores, como el reglamento que reconoce los sistemas de sanación indígena en salud, pero leyes importantes como la de patrimonio indígena están detenidas, y el reconocimiento constitucional no avanza. Incluso cuando había votos de la derecha para aprobar derechos lingüísticos, el gobierno no fue capaz de concretarlo.

En el caso del Futawillimapu, propuestas fuertes como la protección del pompón en Chiloé, la regulación de loteos o la creación del centro intercultural Remehue  tampoco avanzaron. Fue otra oportunidad perdida.

Parques eólicos, conflictos ambientales y el llamado “colonialismo verde”

—Uno de los temas actuales en el territorio son los conflictos con parques eólicos. ¿Qué lectura hace desde el derecho y desde la experiencia territorial?
—Este gobierno, como los anteriores, no ha cambiado su forma de relacionarse con los pueblos indígenas para proyectos de inversión.

Se sigue instalando la narrativa de que el mapuche es un obstáculo al progreso, y se impone un modelo de desarrollo sin diálogo previo real.

Hoy esto se expresa en lo que se llama progreso verde: energía limpia, parques solares o eólicos.

En el sur hay condiciones ideales para estas iniciativas, pero también hay comunidades y territorios ancestrales. Cualquier intervención debe ser consultada adecuadamente según el Convenio 169, cosa que no ocurre.

El problema no es solo jurídico: es material y espiritual.

Los parques eólicos alteran ecosistemas, humedales, fauna, paisaje, y los trazados eléctricos generan impactos significativos.

Y lo más grave: los beneficios no llegan a las comunidades. Ellas no reciben energía más barata, ni acceso donde no lo hay, ni participación real.

Esto es un fenómeno global: se está llamando colonialismo verde, porque es la misma lógica extractiva, solo que ahora pintada de verde.

¿Es el pueblo mapuche anti-progreso?
—Frente a la controversia por los proyectos eólicos, muchas veces se dice que el pueblo mapuche se opone al progreso. ¿Es así?
—No. Esa idea es una invención.

Las comunidades no son anti-progreso; lo que rechazan es el progreso neoliberal e inequitativo.

Los proyectos suelen llegar cuando ya están diseñados, sin conversación previa, sin participación en los beneficios y sin respeto por los valores espirituales y ecológicos del territorio. Si un proyecto destruye un humedal, altera aves o afecta la Ñuke Mapu, evidentemente no será aceptado.

Pero el mapuche sí quiere progreso. Lo que no quiere es que ese progreso pase por encima de su vida, de su entorno y de su cultura.

Demandas actuales: lengua, identidad y futuro
—Durante su visita, ¿qué otras preocupaciones profundas ha escuchado en el territorio?
—Hay una necesidad muy fuerte de reencuentro con la lengua, especialmente con la variante local del Futawillimapu.

Las políticas lingüísticas han sido débiles, y cuando existen, se diseñan desde Temuco, lo que no sirve aquí. Hay diferencias de significado, no solo fonéticas. Por ejemplo, Ñuke Mapu no es lo mismo que Ñuke Tufe; Chaltumay no es sinónimo de Mañun. Cada palabra recoge experiencias específicas del territorio.

También veo una necesidad de mirar al futuro:
las comunidades quieren proyectos económicos, tecnológicos, de sustentabilidad. No quieren ser tratadas como un residuo de la historia, sino como actores del cambio.

“Los mapuche quieren seguir siendo parte del futuro, no quedar relegados ni ser vistos como un freno al desarrollo. Quieren aportar, desde su identidad, a un futuro distinto.”

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