Este 10 de febrero fue tu cumpleaños, es imposible no recordar y rendir homenaje a don Carlos Crovetto, un hombre cuya visión transformó la manera en que entendemos y practicamos la agricultura en Chile y el mundo. Su legado no es solo un conjunto de conocimientos técnicos sobre el manejo del suelo, sino un testimonio de compromiso, pasión y resiliencia frente a un modelo extractivista que, por años, degradó y degrada aun nuestra tierra.
Tuve el honor de conocerlo, de caminar junto a él por los campos del Fundo Chequén, su predio en la región del Biobío, donde implementó y perfeccionó el sistema de siembra directa o cero labranza. Allí, más que hablar, enseñaba con hechos: recorría los suelos que por décadas regeneró, nos mostraba con orgullo la capa de materia orgánica recuperada y nos explicaba, con su tono pausado y didáctico, cómo la vida volvía al suelo cuando el ser humano dejaba de violentarlo con arado y fuego.
Crovetto no solo predicó en Chile, sino que su conocimiento cruzó fronteras. Fue un embajador de la agricultura sustentable en América Latina, Europa y Estados Unidos, inspirando a miles de productores, científicos y técnicos. Su influencia se puede ver en los campos de Brasil, Argentina y más allá, donde sus métodos han sido adoptados con éxito, demostrando que la producción de alimentos y la regeneración del suelo no solo pueden coexistir, sino potenciarse mutuamente.
Algo que siempre me llamó la atención de don Carlos era su rechazo al término conservación del suelo. Decía que no le gustaba la idea de conservar lo malo que hemos hecho como seres humanos, sino que su propósito era mejorarlo, regenerarlo, devolverle la vida y la fertilidad. Para él, la clave no estaba en mantener el suelo como estaba, sino en transformarlo en algo mejor para las generaciones futuras.
Pero su mayor enseñanza fue quizás su coherencia. No bastaba con teorizar sobre la importancia del suelo, había que vivirlo. Y él lo hizo, incluso en momentos donde la industria y las políticas agrícolas parecían darle la espalda. Persistió con una convicción inquebrantable, sabiendo que la verdadera riqueza de un país no está en sus rendimientos de corto plazo, sino en la salud de su suelo a lo largo de las generaciones.
Hoy, cuando la crisis climática nos obliga a replantearnos nuestra relación con la tierra, las lecciones de don Carlos cobran más sentido que nunca. Su voz, que nos advertía sobre la erosión, el agotamiento del suelo y la importancia de la biodiversidad en la producción agrícola, sigue resonando. Su trabajo es un recordatorio de que aún estamos a tiempo de regenerar nuestros campos, de que podemos producir alimentos sin destruir la base misma que los sustenta.
Personalmente, haber aprendido de él ha sido un regalo invaluable. Sus enseñanzas viven en cada conversación con un productor que busca regenerar su campo, en cada análisis de suelo donde buscamos recuperar la vida microbiana, en cada decisión que toma en cuenta el bienestar del ecosistema antes que el rendimiento inmediato.
Hoy, más que nunca, debemos seguir su camino. No como un homenaje nostálgico, sino como un compromiso vivo con la regeneración, con la agricultura sostenible y con la responsabilidad de dejar la tierra mejor de lo que la encontramos.
Feliz cumpleaños, don Carlos. Su legado sigue firme, creciendo como las raíces profundas de un suelo bien cuidado.