El viaje de las licencias médicas

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Cuando pensamos en un “viaje”, evocamos imágenes de descanso, descubrimiento, reencuentro. Una escapada con la familia, una pausa en la rutina, un sueño que se hace realidad. Sin embargo, hay otros viajes que, sin salir de casa, se inician con un diagnóstico médico y la recomendación de reposo: son las licencias médicas, ese pasaje a un descanso que no siempre es reparador… y que, en algunos casos, termina siendo un pasaje a ninguna parte.

Hoy quiero hablarles de ese trayecto poco visible —pero crucial— que recorre una licencia médica desde el momento en que se emite, hasta que se concreta en un subsidio por incapacidad laboral (SIL). Un camino que, como todo viaje, está lleno de estaciones, verificaciones, esperas… y también, frustraciones.

El periplo comienza con el médico, quien tras evaluar al paciente, emite la licencia (LM). Esta, ahora en su mayoría electrónica, no se va directo al descanso: primero debe ser conocida por el empleador, quien la revisa y completa la información necesaria. Desde ahí, el trámite sigue su curso hacia las oficinas de COMPIN o la ISAPRE, según corresponda. Es aquí donde comienza la verdadera odisea.

El organismo debe validar el diagnóstico, revisar los días de reposo, y —si algo no cuadra— puede solicitar más antecedentes. Si todo va bien, el subsidio es autorizado y transferido vía depósito (TEF) a la cuenta bancaria informada por el trabajador. Pero si algo falla, el tren se detiene. Hay que presentar documentos, justificar tiempos, explicar lo evidente. Y esperar. El viaje se vuelve laberíntico.

Hasta aquí, nada que no hayamos vivido o escuchado. Una mezcla de burocracia y necesidad. Un derecho, sí, pero no exento de requisitos y controles. Lo preocupante es lo que hemos visto en los últimos días: miles de licencias emitidas, no para permitir un reposo responsable, sino como pretexto para viajar al extranjero. Una licencia como ticket de vacaciones.

Por supuesto, hay casos legítimos: personas que viajan a recibir tratamientos médicos especializados. Pero esos no son los que indignan. Lo que duele es ver cómo se abusa de derechos que costaron décadas de luchas sindicales, reformas legales y recursos públicos. Y lo más inquietante: no son altos funcionarios ni empresarios inescrupulosos. Son vecinos, colegas, conocidos que trabajan en empleos bien remunerados y que utilizaron el subsidio para “darse un gustito”, como decíamos al comienzo.

En un país donde ya no nos sorprenden los escándalos de corrupción, el tráfico de influencias o el abuso de poder, esta nueva forma de engaño se suma al desfile de antivalores que nos tiene insensibilizados. Es como un carnaval al revés, donde cada carro alegórico representa una nueva forma de defraudar, una nueva muestra de autocomplacencia.

Y como suele ocurrir, mientras los trabajadores del sector público son investigados y expuestos, poco sabemos de los del sector privado. Pero llegará el cruce de datos. Y ojalá lleguen también las sanciones. Porque los que abusan del sistema no solo defraudan al Estado: nos defraudan a todos.

Como dicen los periodistas: noticia en desarrollo. Aunque probablemente nunca sepamos cuántos recibieron el SIL sin que les alcanzara para volar tan lejos.

En unos días más conmemoraremos el Combate de La Concepción. Setenta y siete jóvenes que dieron la vida por la patria. No los confundamos con otros 77 —los de nuestra comuna— que decidieron servirse de la patria para obtener, sin honor, un subsidio injustificado. Algunos incluso con cargos de responsabilidad y sueldos que, sumados al subsidio, les permitieron una vida más que holgada… y un viaje más que inmerecido.

Posdata: Esta columna abusa deliberadamente de siglas —LM, SIL, COMPIN, ISAPRE— como una invitación a reflexionar sobre nuestro lenguaje. Mientras más simple sea nuestro modo de comunicarnos, más fácil será entendernos. Porque, al final del día, el lenguaje también construye la realidad.

Por Jaimesan.

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