Lo ocurrido ayer en el Hospital Juan Morey de La Unión refleja con crudeza una realidad que muchas familias viven en silencio: la espera interminable y la falta de humanidad en la atención de salud pública.
Un vecino denunció que su madre de 77 años, con problemas respiratorios y una enfermedad neurológica degenerativa, debió esperar más de seis horas y media en urgencias antes de ser atendida por un médico. La situación se vuelve aún más dolorosa cuando se observa cómo otros pacientes —funcionarios del Ejército en este caso— recibieron atención casi inmediata, mientras decenas de ciudadanos comunes seguían aguardando con impotencia.
El relato es claro: personas cansadas que se retiraban sin ser atendidas, rostros de rabia y resignación en la sala de espera, una máquina de rayos X fuera de servicio que obligó a trasladarse al SAR. Allí, paradójicamente, la atención fue profesional, empática y rápida. Un contraste que deja en evidencia que no es la vocación de los funcionarios lo que falla, sino la gestión y las prioridades del sistema.
Como medio, creemos que este no es un hecho aislado. Es el reflejo de un problema estructural: la vulnerabilidad de los adultos mayores y pacientes críticos frente a un sistema que muchas veces prioriza por razones ajenas a la urgencia real de la salud. No se trata solo de infraestructura o de falta de recursos; se trata de humanidad, de sensibilidad, de dignidad.
Es urgente que las autoridades de salud escuchen estas denuncias y tomen decisiones reales. Un adulto mayor no puede esperar siete horas por una atención médica. Una persona con una enfermedad degenerativa no puede quedar al final de la fila. La dignidad no se posterga.
El sistema público debe volver a poner al centro lo esencial: el cuidado de las personas, especialmente las más vulnerables. Porque al final, la medida de un Estado justo no se observa en cómo trata a los fuertes, sino en cómo protege a quienes más lo necesitan.
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Editorial Diario El Ranco