Carbono, nitrógeno y vida microbiana: la fertilidad real de los suelos del sur de Chile

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En el sur de Chile solemos escuchar que nuestros suelos son ricos en materia orgánica (MO). Y es cierto: los Andisoles —suelos derivados de cenizas volcánicas— presentan contenidos que superan con facilidad el 15 % e incluso el 20 %. Esta riqueza, producto de miles de años de acumulación vegetal en un clima templado y húmedo, ha sido la base de la productividad agrícola y ganadera en regiones como La Araucanía, Los Ríos y Los Lagos.
Pero detrás de esta riqueza se esconde una paradoja: alta materia orgánica no siempre significa suelos fértiles ni vivos. Lo que realmente determina la vitalidad es el carbono orgánico del suelo (SOC), la fracción de la MO que alimenta a los microorganismos y activa los ciclos biológicos.

Lo que dice la ciencia en Chile

La base de datos nacional CHLSOC (2020) recopiló más de 13 600 registros de carbono orgánico en suelos chilenos, mostrando una enorme variabilidad: desde apenas 0,00006 % hasta 83,3 %, según ecosistema y uso de suelo. Estos números reflejan que no basta con conocer la materia orgánica total, sino que es necesario medir la fracción de carbono disponible.

En los Andisoles del sur de Chile, investigaciones recientes demuestran que, pese a sus altos contenidos de MO, bajo pastoreo o cultivo intensivo los suelos pierden las fracciones de carbono lábil —como el carbono oxidable (POXC)—, reduciendo la energía disponible para la microbiota. A ello se suma que el cambio de uso de praderas naturales a cultivos reduce el SOC en un 30–40 %, debilitando la base biológica de los suelos.

La lección de Carlos Crovetto

El agricultor y pionero de la cero labranza en Chile, Carlos Crovetto, lo explica con claridad en su libro Los rastrojos, la nutrición del suelo y su relación con la fertilidad de las plantas:
Los microorganismos fijadores de nitrógeno libre (como Azotobacter, Clostridium o Rodospirillum) solo funcionan bien si encuentran carbono en el suelo proveniente de raíces, rastrojos o exudados.

El carbono es la moneda energética del suelo. Sin carbono disponible, no hay fijación de nitrógeno natural y el agricultor termina dependiendo de fertilizantes químicos.
Un buen manejo de los rastrojos, pastoreo o estiércol  y la presencia de nutrientes clave (fósforo, calcio, magnesio) permiten fijar 40–60 kg de N/ha/año de manera natural.

La práctica de cero labranza y pastoreos regenerativos mantiene el carbono en el suelo, protege la vida microbiana y restituye la fertilidad natural, ofreciendo una oportunidad para regenerar tanto la agricultura como el clima.

El rol del carbono activo y los ciclos microbianos

El gran desafío es distinguir entre el carbono estable (huminas y compuestos de alto peso molecular) y el carbono activo, que realmente impulsa la vida biológica. En muchos suelos volcánicos del sur, la abundante MO corresponde a fracciones estables que aportan a la estructura, pero no son fuente inmediata de energía para los microorganismos.

Aquí la física del suelo juega un rol decisivo:
-La densidad real y la porosidad determinan cuánto oxígeno entra y cuánto dióxido de carbono (CO₂) puede salir.
-El ciclo biológico del suelo alterna entre microorganismos aeróbicos y anaeróbicos:
Con abundante oxígeno, los aeróbicos se multiplican y liberan CO₂.
-Cuando el CO₂ se acumula, florecen los anaeróbicos, que consumen ese CO₂ y liberan oxígeno.
-Esta alternancia sostiene la actividad microbiana, siempre y cuando el suelo tenga un flujo de aire adecuado.
-Si el suelo está compactado o saturado, este ciclo se rompe, la actividad cae y los nutrientes permanecen atrapados.

Hoy existen métodos para medir esta actividad: análisis de carbono lábil (POXC), pruebas enzimáticas como α-amilasa y β-glucosidasa, e incluso la genómica del suelo, que permite conocer la comunidad microbiana. Estas herramientas son claves para saber si un suelo es verdaderamente fértil o solo acumula carbono inerte.

¿Cómo activar el carbono de la materia orgánica?
La ciencia y la experiencia agrícola muestran varios caminos:
-Diversidad de raíces vivas: gramíneas, leguminosas y especies profundas que entreguen exudados al suelo.
-Manejo de residuos equilibrados: ajustar la relación C:N:S para evitar la inmovilización de nutrientes.
-Enmiendas biológicas: compost, té de compost y biofertilizantes líquidos que reactivan la microbiota.
-Pastoreo regenerativo: descansos adecuados que devuelven carbono al suelo a través de raíces y rastrojos.
-Reducción de labranza: evitar la oxidación rápida del carbono y proteger el ciclo microbiano.

Conclusión

La fertilidad real de los suelos del sur de Chile no se mide solo por la cantidad de materia orgánica. El verdadero indicador es el carbono activo, la dinámica microbiana y el equilibrio entre ciclos aeróbicos y anaeróbicos.

El mensaje es claro: sin carbono activo no hay vida microbiana; sin vida microbiana no hay fijación natural de nitrógeno; y sin ese ciclo, los nutrientes quedan atrapados.
La tarea es doble: medir mejor y manejar mejor. Pasar del orgullo por la riqueza volcánica a la responsabilidad de activar esa energía dormida mediante prácticas regenerativas.

Como recordaba Crovetto, “la fertilidad natural del suelo depende de devolverle el carbono que le hemos quitado”. Y en ello, la agricultura y ganadería chilena tienen la oportunidad de liderar un cambio profundo, desde el sur del mundo hacia el futuro de la humanidad.

Por Ángel Gustavo de Bulnes , asesor PRV y Hardy Cárdenas, Asesor en ganadería regenerativa.

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