A los 83 años dejó de existir monseñor Sergio Valech reconocido por su defensa a los derechos humanos.
«He cumplido con un deber de justicia. Que cada cual en su conciencia asuma su responsabilidad en buscar caminos de paz, busque pedir perdón y perdonar. Cada cual tiene su conciencia. Yo no le voy a dar normas a nadie. Yo respeto la libertad de las personas».
Es la frase pronunciada alguna vez por monseños Valech, quién en la madrugada del 24 de noviembre falleció a los 83 años, dejando una huella imborrable que sólo un hombre sencillo, generoso, confiable, preocupado por los más desprotegidos, inteligente, con un don especial para administrar bienes y liderar equipos, como lo definen sus cercanos puede dejar.
A pesar de ser dueño de una gran fortuna heredada de su padre su vida estuvo caracterizada por la austeridad, desde que asumió el sacerdocio en 1953.
La generocidad fue una característica que lo acompañó toda la vida, en el año 2006, fue el particular que más aportes hizo a la educación chilena, al donar $1.600 millones. Pero eso lo realizó en silencio, siguiendo la filosofía de vida que, según sus cercanos, defendía con fervor: «Que no sepa tu mano derecha lo que hace la izquierda».
Su vocación de servicio por los demás, lo llevó en 1987 a asumir el liderazgo de la Vicaría de la Solidaridad, a integrar la Mesa de Diálogo sobre Derechos Humanos en el año 2000 y desde el 2003 a presidir la Comisión Nacional Sobre Prisión Política y Tortura, conocida como Comisión Valech.
En el año 2004, dijo en una entrevista que «sin duda, la acción que tuvo que realizar la Iglesia en tiempos del gobierno militar fue espectacular», en pos de la defensa de los derechos humanos y la «constante acogida de quienes estaban siendo perseguidos».
Esa lucha le valió más tarde el reconocimiento de diversos actores políticos y sociales, incluyendo al ex fiscal militar Fernando Torres Silva, a quien en 1989 se negó a entregarle las fichas médicas de quienes se atendieron en la Vicaría de la Solidaridad.
A pesar de ese episodio, fue Torres una de las personas que desde el año 2008 lo visitó en su residencia ubicada en calle Santa Isabel y quien en una de sus apariciones por el lugar, comentó: «Creo que Monseñor Valech no pasará desapercibido en la historia de Chile».
En una de sus últimas entrevistas, en mayo de 2009, quien fuera un amante de los dulces y fumador empedernido -lo que le significó un cáncer al pulmón- se mostró a favor de cerrar las heridas por los detenidos desaparecidos. «Se terminó… Durante un tiempo largo se ha trabajado en este tema. Debemos pensar en el presente y no en el pasado, a pesar del dolor que exista, uno debe seguir caminando», manifestó.
No obstante, en diciembre de ese mismo año fue el anfitrión de un reservado encuentro que volvió a reunir a la totalidad de los miembros de la Comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura creada por el ex Presidente Ricardo Lagos, con el fin de reabrirla para calificar casos de detenidos desaparecidos, ejecutados políticos, víctimas de prisión política y tortura entre 1973 y 1990.
Sin duda el mundo de los Derechos Humanos reconoce en Monseñor Valech al sacerdote que representó a una iglesia comprometida con su pueblo, que amparó a hombres y mujeres de la desesperanza el miedo y dolor, una iglesia valiente y contestataria que fue la voz de los sin voz y que no estuvo exenta del horror, porque este arriesgar la piel a muchos les costó la vida a esa iglesia un homenaje hoy en la figura de uno de sus imprescindibles, Monseñor Valech.
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Marisol Molina