Resiliencia en el campo: prácticas para enfrentar el cambio climático
El cambio climático ha afectado profundamente al sector agrícola en América Latina, una región donde la agricultura es fundamental para la economía y la seguridad alimentaria. Sequías prolongadas, inundaciones y eventos climáticos extremos han puesto en riesgo la producción agrícola y el sustento de millones de personas. Ante estos desafíos, ha surgido la necesidad de desarrollar prácticas que aumenten la resiliencia en el campo, permitiendo a las comunidades agrícolas adaptarse y mitigar los efectos adversos del clima cambiante.
A lo largo de las últimas décadas, en América Latina se ha visto una evolución significativa en la adopción de prácticas sostenibles y resilientes. Inicialmente, las respuestas al cambio climático eran reactivas y a corto plazo. Sin embargo, con el aumento de la conciencia sobre la magnitud del problema, se han implementado estrategias más integrales como la agroecología, la gestión sostenible del agua y la diversificación de cultivos. Estas prácticas no solo buscan reducir la vulnerabilidad ante eventos climáticos extremos, sino también promover la sostenibilidad ambiental y socioeconómica a largo plazo.
En Chile, un país con una geografía diversa y vulnerable a distintos riesgos climáticos, la evolución de prácticas resilientes ha sido notable. Desde la sequía en el norte hasta las inundaciones en el sur, los agricultores chilenos han adoptado técnicas innovadoras como el uso de sistemas de riego eficientes, la implementación de barreras naturales contra la erosión y la conservación de semillas nativas resistentes a condiciones adversas. Además, programas gubernamentales y colaboraciones con organizaciones internacionales han impulsado la investigación y capacitación en adaptación al cambio climático, fortaleciendo la capacidad de respuesta del sector agrícola.
Actualmente, en América Latina y en Chile en particular, la resiliencia en el campo es una prioridad en las agendas nacionales y regionales. Se reconoce que la combinación de conocimientos tradicionales y avances tecnológicos es clave para enfrentar los desafíos actuales y futuros. La participación activa de las comunidades, el apoyo institucional y la integración de políticas públicas enfocadas en la sostenibilidad están permitiendo que las prácticas resilientes evolucionen y se consoliden, garantizando así la seguridad alimentaria y el bienestar de las poblaciones rurales frente al cambio climático.
La historia de compromiso y gestión de Laura Santana con el bosque nativo en Máfil
En el sector Lo Águila de la comuna de Máfil, justo en el límite con la comuna de Los Lagos, Laura Santana ha dedicado más de una década a la protección y conservación del bosque nativo en su predio. Rodeada de plantaciones forestales, Laura tomó la decisión en 2011 de defender su territorio y poner en valor las más de 30 hectáreas de bosque nativo que posee.
«Tenía que defender mi territorio. Buscaba una instancia que me ayudara a protegerlo», comenta Laura. Fue así como se creó una unidad piloto en su predio, conocida como Las Hijuelas. Su enfoque ha sido siempre la conservación sin intereses económicos: «No trabajo con turismo lucrativo. Todo lo que hago es sin intereses económicos, es para proteger».
Laura abrió las puertas de su reserva a la educación y la investigación. «Doy espacios para jóvenes, estudiantes y colegios. Si necesitan un lugar para una clase de ciencias naturales o investigación, las puertas están abiertas», afirma. Su objetivo es fomentar la conciencia ambiental desde temprana edad y ofrecer un espacio para el aprendizaje práctico.
La preocupación de Laura va más allá de su predio. Observa con alarma cómo se pierden los bosques nativos, se contaminan las aguas y el aire. «Todo eso genera el cambio climático. Cuando hablamos de él, parece solo una frase, pero lo hemos generado nosotros por no cuidar cómo manejamos nuestras basuras», advierte. Para ella, el cambio comienza en casa: «La dueña de casa desde su cocina tiene que empezar a crear conciencia».
En su labor de conservación, Laura ha visto resultados positivos. Al cerrar y proteger el bosque y retirar a los animales, el ecosistema se ha regenerado por sí solo. «Hay mucha agua. Hemos protegido una cuenca y el río Máfil, aunque no es suficiente porque más arriba hay plantaciones de eucalipto», explica. Su esperanza es que, al concientizar a más personas, especialmente a quienes están aguas arriba, se pueda restaurar completamente el río.
Pensando en el futuro, Laura ha involucrado a su familia en esta misión. «He concientizado a la familia. Si se comen un dulce, no pueden botar el papel en el camino. Como mamá y abuela, tengo que educar a mi generación», señala. Su deseo es dejar un legado y que sus descendientes continúen con la conservación: «Ellos van a tener que repetir la misma historia».
El ejemplo de Laura Santana demuestra que, frente a los desafíos ambientales y la presión de grandes empresas, la acción individual y comunitaria puede marcar la diferencia. Su llamado es a que todos asumamos nuestra responsabilidad en el cuidado del medio ambiente: «Si todos nos ponemos en campaña con un pequeño gesto, podremos evitar las potentes inclemencias del tiempo y la destrucción que nunca antes habíamos vivido».